La fotografía es de Jose Luís Rafael
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Cambios de tiempo
Hace dos décadas hubiese sido impensable colocarse una armadura. Ahora nadie se la quita. El agravio entre los hombres cada día es más acentuado. Hay quienes acaban desarmados. Otros sin embargo siempre tienen el último modelo.
Lobeznos
A las tres y media te estaba esperando en el bar de la esquina, el que frecuentábamos cuando éramos adolescentes. Desde allí partíamos a dar una vuelta en moto por la ciudad, y a veces me pedías ir a la colina para ver el anochecer. Siempre te pedía que no fuera en luna llena, sin darte demasiadas explicaciones. Y tú perpleja no sabías que decirme, no entendías el por qué de mi insistencia. Hasta que no compré una armadura, no fui capaz de aclararte. Te amaba, y no quería hacerte daño. Y tú me dijiste que no importaba, que por amor se hacen locuras. Recuerdo el día que te la probaste, y andabas como un pato, no sabías mantenerte en pie. Llegué a enamorarme más de ti, saboreé facetas tuyas que antes no había ni pensado. Fuimos felices y comimos perdices, y aunque quedaste sorprendida por mi transformación te volviste loca de amor. Aullé hasta extasiarme. Con el tiempo tuvimos un lobito. Esa fue mi sorpresa. Nunca sospeché de tu doble identidad, ¡qué bien la habías mantenido en silencio!. Todos tenemos secretos que tarde o temprano acaban siendo descubiertos.
La huevera
De las más de seiscientas piezas que componen una armadura, solo conservo de ti la huevera, me va perfecta para hacer los batidos.
Caída
Seguiste por aquella senda marcada en el mapa en busca del santo grial. Y al llegar a la puerta de la ermita solo encontraste piedras esparcidas por el suelo. Imploraste al cielo que a ti no se te engañaba, y acabaste creando una religión que hoy en día tiene miles de adeptos. Creyeron en ti porque tú mostraste valores de hierro que se acabaron fundiendo. Pero todo imperio que se funda en mentiras cae de nuevo al vacío.