Busqué en varias librerías uno de esos libros que siempre me habían aconsejado leer, con un título atrayente, que te empuja a querer devorarlo antes de tenerlo en tus manos, sin saber a ciencia cierta el contenido. Lo cierto es que, sin tantos preámbulos y con las ganas puestas en órbita me dejé llevar por la balanza de unas palabras amigas, Martina tuvo la culpa, de abducirme al centro del Universo metódico resuelto en unas páginas que dijo me iban a ayudar. Hasta mi sombra esperó ansiosa el poder tener en sus manos el papel impreso y encuadernado con tapa blanda, del delgado volumen que según ella encontraría en la librería técnica del centro. Su desparpajo me atrajo, siempre era igual, lanzada, sincera y llena de pequeñas chispas, que aun no dándole plena lucidez la hacían tener carisma, y una extraordinaria atracción desde la cual cualquier respuesta por arbitraria que fuera, era la que era, no había vuelta de hoja.
La índole del encuentro con ese libro que pasó a ser maldito, formó un halo de esperanza en mis cortas miras, creyendo que Martina me había regalado lo mejor de su honestidad. Cuando cayó en mis manos el corazón me palpitó tan rápido que creí desvanecerme, con el ansia de devorar lo antes posible su contenido. Aquel día salí corriendo que me las pelaba hacía casa con las llaves en la mano, apretándolo fuerte contra el pecho para no perderlo, contando los céntimos que me habían devuelto a la vez que me desataba la corbata por el fervor y el impulso creciente de leer la historia que me había vendido.
Al abrir la puerta tiré la cazadora encima de la silla del comedor, me desaté los cordones, lanzando los zapatos por el aire, cogí un cojín y me estiré a todo lo largo del sofá.. Quería engullirlo, una necesidad imperiosa me estrujaba, así que abrí la primera página que leí de carrerilla… Un sentimiento de, ¿dónde me estoy metiendo?, me hizo ralentizar en la segunda hoja. Al llegar a la tercera di por acabada la lectura… doblándola por el extremo superior derecho. Métodos, consejos, prácticas y las palabras de siempre, “¡maldita Martina!”, pensé, hasta que un salpullido comenzó a aparecerme por la tensión en el rostro.
El thriller psicológico en el que me vi envuelto no dejó de ser más que una aventura inesperada, las visitas a mi doctora, mi vida plasmada en cada renglón, el énfasis con el cual hacía las cosas, y mi buena voluntad que según Martina había perdido. ¡Yo no soy así!, hasta el personaje tenía mi nombre. Las palabras en las que me vi envuelto me llevaron a seguir con las mismas conjeturas, perseguido por la sombra maldita de un maleficio del cual llevo tiempo sin poder desprenderme.
Lo único que quiere es que cambie, que deje de ser el que soy, que me transforme y transmute, que sea libre como los pájaros… cuando ella sabe que la única atadura que tengo es mi sombra, que me persigue allá donde vaya, y de la cual nunca me he podido desprender. Así que cogí el libro con las dos manos y lo hice añicos, ínfimos, minúsculos pedazos junto a las macetas de la ventana del comedor… fue un alivio cometer la atroz hazaña, y una gran recompensa al ver con el pasos de los días más verdes las plantas.
Después de dos meses volví a verla, quería agradecerle todo lo que había hecho... Le regalé un hermoso ramo de flores, “son preciosas” me dijo. “Si que lo son”, le contesté. “Las he hecho crecer con tu libro… fue un abono perfecto”, y dejé por zanjada la historia del maldito libro rompiendo el maleficio.