Hace pocos días recibí la noticia que la carta de amor que había enviado al programa "El canal 2" de Radio Iris 7 en su XI Concurso había sido seleccionada como finalista. Entre los finalistas escogidos tres serían las galardonadas con las primeras posiciones.
Recibieron escritos de infinidad de lugares de España, una monumental avalancha de la que estaban la mar de satisfechos. Tuvieron un arduo trabajo de selección, y nada a las puertas de subir al podium. No está mal.
La tormenta
Querida Morgana
Veinte ojos acabaron postrándose en mis hombros, escaneándome el cuerpo, queriendo descubrir entresijos, cosas inconfesables, o resquicios de mal entendidos que les dieran la sublevación final. No tuvieron respuesta. No hubo quinielas que dieran premio, ni siquiera señales que pudieran llevarles a la verdad que buscaban. Entonces se vistieron de blanco, poniéndose guantes de látex me examinaron cada centímetro de la piel. Buscaron con lupa entre los pliegues, hasta encontrar tu nombre tatuado en el pecho, al verlo quedaron sorprendidos. Señalaron al unísono con sus manos el punto exacto en el que había caído preso por el canto de la sirena. A partir de ese momento me estiraron en una camilla para borrarlo. Desconcertado les dije que no iban a conseguir su propósito, hasta el punto de caer excitado por la incertidumbre. No paré de mirarles y decirles que estaban locos, que mi locura era de amor, que sus actos eran burlas, que debían dejarme libre. Movían la cabeza diciendo que me callara, que no sabía lo que decía, que debía cambiar mi ceguera, que estaba enfermo y debía recuperarme. Sus palabras fueron dagas, que se clavaron como puñales, haciéndome sentir como barco a la deriva, como dibujo inacabado, como suela de zapato desgastada, como alma incauta y desorientada llena de dudas, a falta del verdadero amor. El cielo gris y plomizo se entremezcló entre nosotros, y la lluvia densa acabó empapando mis vestiduras. Caí en el abismo, sin paracaídas, temiendo por mi vida, desamparada. Hasta que inspiré queriéndo recuperarme del trago, la musa brotó en mi mente, recordándome que era un ángel con capacidad de volar muy alto. Me dio vida, volví a renacer entre los escombros, subí a los altos picos, aparté la marea negra y el bravo oleaje. Desde mi corazón tres rayos de luz se expandieron hacia todos los puntos cardinales deshaciendo la bruma, para dejar paso al sol. En mis ojos recopilé tu nombre que se había hecho añicos, lo pegué, cosí los ojales con la luz, acabé recomponiendo las vestiduras, el hermoso traje lumínico que me viste el primer día. Levanté una bandera blanca en el barco que nos llevó a la misma orilla. Deshice las banalidades. Los veinte ojos no supieron donde esconderse. Cabizbajos y sedientos prosiguieron su camino, hasta darme la espalda. La mía fue más ancha, cogí un saco y metí todo lo que pude. Valores no me faltaron. Desvestí mi cuerpo y dejé tras de mí una estela de color, en cada pisada nacía hierba. No podía permitirme mirar atrás. Tras varios pasos grité tu nombre. Volví a ser yo. El pronóstico había mejorado. Las lluvias dejaron de ser el impedimento para que mi barca navegara sobre las aguas tranquilas de los mares. Todo se volvió nítido, traslúcido. Y tú mi sirena, rescatada de la costa, varada por la desorientación, y la contaminación de la necedad, acabaste entre mis manos. Te ofrecí mi corazón, y tú tan galante cantaste para mí. Nunca podré darte la totalidad que me diste, por mucho amor que sienta. Y de esa ira de los dioses de barro, emergí con prudencia, fuerza y valor. El gusanillo del estómago aún lo conservo, no quiero matarlo con el hambre, por eso comamos el manjar y bebamos de nuestras palabras, el verdadero amor es lo que nos da vida. Lo sabes. Lo sé. Mi amor, la tormenta pasó, al fin. Te quiero.
Tu mar
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