Bitácora de viaje y otros 60 relatos y microrrelatos
Un nuevo año en el que podemos disfrutar de este regalo y dosis de arte en forma de viajes. Relatos y microrrelatos que nos transportan lejos de nuestras habituales rutinas, y nos adentran a confines donde el viajero y sus experiencias son lo esencial. Carlos Olmo nos deleita con esta oportunidad de poder abrir nuevos caminos sin necesidad de gastarnos un duro, y visitar recónditos lugares, sensaciones a flor de piel, paisajes, ríos... donde podremos leer los textos ganadores, y una selección envidiable, entre los que está LAURA GARRIDO. Lo pongo en mayúsculas porque es merecedora por su texto. Leedlo y lo verificaréis.
Un nuevo año en el que podemos disfrutar de este regalo y dosis de arte en forma de viajes. Relatos y microrrelatos que nos transportan lejos de nuestras habituales rutinas, y nos adentran a confines donde el viajero y sus experiencias son lo esencial. Carlos Olmo nos deleita con esta oportunidad de poder abrir nuevos caminos sin necesidad de gastarnos un duro, y visitar recónditos lugares, sensaciones a flor de piel, paisajes, ríos... donde podremos leer los textos ganadores, y una selección envidiable, entre los que está LAURA GARRIDO. Lo pongo en mayúsculas porque es merecedora por su texto. Leedlo y lo verificaréis.
Y como en un sueño, otra vez, una segunda oportunidad se incluye en el libro. Uno de los tres microrrelatos que envíe al concurso titulado EL VAGAMUNDO, han quedado impresos entre las hojas.
El vagamundo
Tenía una carpeta en la que guardaba todos los billetes de los viajes que hice durante los últimos meses, de todos los colores, tamaños, tipografía y forma. Mi corazón de aventurero me llevó a lugares recónditos en los que me inmiscuí con infinidad de culturas, sabores y colores. Leyendas y mitos que nacían en unas tierras, resurgiendo en otras en diferente simbología. El mar fue el único medio que se me resistió, hasta que lo vencí una buena mañana al cruzar en barco el estanque del jardín del pueblo. Superar el trance me llevó a sentirme libre. No habría nada que pudiese detenerme. Quería ser vagamundo, lo tenía clarísimo. Los bere bere, incas e indios norteamericanos me enseñaron a saber apreciar los espíritus de la naturaleza, a asociarme con ellos, a saber vivir en equilibrio. Me nombraron magnate por mis viajes, conocimientos y respeto. Tuve en mis manos la pipa de la paz. Supe que era un árbol, el sentido de los colores, y porqué veneraban los Nepaleses a su Dios. Lo malo es que el equilibrio siempre lo rompía mi madre diciéndome que no viajara tanto a la luna.
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