El pan bajo el brazo
-Yo, señor, no soy malo – expone el vagabundo al panadero -. Soy de buena hechura y con talante, una persona de prestigio. ¡Usted lo sabe!, que soy de buena carrera. Los infames hombres que no me conocen hablan por doquier de mi maledicencia, sin saber de mi vida. Tengo que decirle que mis títulos aunque no sean nobiliarios, como las hogazas de pan que usted fabrica, fueron virtuosos y de prestigio. Hasta que la hiel de la vida cayó por sorpresa en mis manos. Tuve más dinero que usted panes, y ahora ¡mire!, la incertidumbre del mañana la llevo conmigo cada día. Fui ingenuo al confiar, me traicionaron, pero eso son los negocios. Hoy ganas y mañana pierdes. Señor panadero, debería ser benevolente y no juzgarme por mi apariencia. Usted siempre me conoció como el muerto de hambre. Quiero que entienda que aunque perdí mi estatus aun conservo la noción de quien fui. ¿Oye mi estómago?, está acostumbrado a comer chuscos de pan duro como las piedras. Hoy no he podido resistirme y he alargado la mano por necesidad, usted debe comprender la dura vida que llevo. Tengo el hambre dibujada en mi rostro.
El panadero frunce el ceño. Le mira con enojo y cierto desasosiego, advirtiéndole que la próxima vez no lo dejará pasar. La atención del vagabundo se centra en el intenso olor a pan recién hecho, que deleita profundamente, mientras el panadero le lanza una sonrisa forzada mostrándole sus dientes desordenados, a la vez que perfuma el lugar.
El panadero frunce el ceño. Le mira con enojo y cierto desasosiego, advirtiéndole que la próxima vez no lo dejará pasar. La atención del vagabundo se centra en el intenso olor a pan recién hecho, que deleita profundamente, mientras el panadero le lanza una sonrisa forzada mostrándole sus dientes desordenados, a la vez que perfuma el lugar.
Francisco Manuel Marcos Roldán
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