Enfrentados
Que sí, que no, que vale, que te escucho pero no hago. Que si, que ya está, de acuerdo, pero sigo en mi sitio, estábamos enfrentados. Mamá era una de esas personas histéricas, con los nervios a flor de piel sin perfume. Mamá era una de esas personas que se levantaba malhumorada cada vez que miraba la habitación, que leía las notas de la agenda del colegio, que volvía de comprar y nos observaba impasibles mirando la tele. Mamá solo hacía que hacer la comida, recoger la casa y lavar la ropa en la lavadora. Nuestra madre era un agobio. Sí, desencadenaba historias sin apenas poder decir nada. Una a una las urdía hasta dejarnos tumbados con sus gritos en el suelo. Mamá se hizo muy grande en mi cabeza, tanto que llegué a no soportarla. Ella decía que si, yo que no. Era un ritmo continuo de pasos contrarios. Vestía de negro, yo de blanco. Éramos antítesis, fieras peleando en el terreno, gladiadores, espadachines, relámpagos y truenos. Sí, éramos eso, y no había distinción posible que pudiera hacernos entender el uno al otro nuestras verdaderas necesidades. Vivimos en un carnaval continuo. Yo me disfrazaba, ella también lo hacía. Cambiaba de traje, ella de estrategia. No hubo día impasible o plácido, siempre fue tormenta. El cielo se cubrió de cenizas por los bosques que prendieron fuego, mientras mamá desconsolada gritaba al cielo. Yo la culpé por la muerte de papá, ella solo se limitó a llorar.
La forja se extendió hasta más allá del horizonte, forjemos la llave de la lejanía. Pared con pared se levantó la frontera, en guerra, enfrentados. No podíamos vernos, porque nos lanzábamos la catapulta llena de aceite hirviendo, emborrachándonos de palabras que no sentíamos y que solo herían. Aquel día la herí hasta hacerla sangrar cuando le dije que la odiaba por obligarme a hacer lo que no quería. Es tu responsabilidad, has de asumir tus juicios hijo. Ella se mostró tensa, estática, con la mirada fija. Yo me sentí victorioso, enérgico, con valor de seguir diciéndole pero no me salían las palabras. Sentí un frío eléctrico que me paralizó el corazón y permanecí frente a ella, viéndola deshacerse en lágrimas. Aquello pudo conmigo. Salí corriendo en dirección a la puerta de la calle y tirándome cuerpo a tierra en el césped lloré desconsolado.
Bajo la sombra de los árboles caí en el abismo. Sentía cuchichear a mis hermanos desde la puerta, y la presencia de mi madre se debatía bajo la sombra de un espectro que se solidificaba conforme pasaban los segundos. Mis lágrimas bañaron la fresca hierba entre la cual apareció un diminuto caracol. Mamá entró de nuevo en casa, y yo, cogiéndolo entre las manos lo llevé a la habitación.
Las rejas de la cárcel se levantaban hasta el techo. Apenas el sol entraba por la ventana. Recostado sobre la cama deposité el caracol sobre la colcha. De nuevo la magia invadió el recinto. El silencio se hizo dueño, la sensación de libertad se abrió paso. Si fuera caracol podría esconderme en la concha hasta mejorar el tiempo, pensaba de continuo. Ahora mamá es longeva, y seguimos enfrentados por cosas distintas. Su voz apenas sale de la garganta. Yo guardo la concha de aquel caracol por si algún día la necesito. Desde entonces pude respirar tranquilo.
Con este relato participo en el concurso.
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