Lazos marchitos
Los lazos se entrelazan entre sus dedos, sabrosos pedacitos de piel que recorren como el mimbre las manos. Dulces atardeceres sin marea alta, nuevas historias, sentimientos revueltos. Pasión desenfrenada, lazos que perfilan y no quedan en nada. Explosión a buen ritmo. Sigue el río su curso hacia el mar y exuda minerales por los poros atrayendo el manar de sus ojos. Doblega el cuerpo como el mecer de las olas, le invade una inmensa paz, el navío flota encima de la espuma. Ella perfuma el ambiente, apaciguado. Las interminables horas corren hacia la deriva, el tiempo se exime, segundo a segundo. No hay vuelta a atrás. El silencio sucumbe bajo los rayos del sol que inciden en el marco de la ventana, se abre el abismo, el silencio se resquebraja. Surge el murmullo, suave balanceo de cuerdas entretejiéndose. Es uno el cuerpo, un todo sin nada. Al escuchar el sonido del reloj dar las horas, él se despega de súbito entre sudores y piel impregnada de flores. No hay evento que los separe, pero se tiene que marchar. Le espera su mujer a las seis y debe llegar a la hora. Un inmaculado beso les hace traspasar la puerta de sus verdaderos deseos.
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